La mayor muestra de amor que puedo darte no es siquiera mi vida por la tuya, es más bien un adiós sin condiciones ni reproches. Lo más que deseo de ti es no me extrañes, una sonrisa robada de vez en vez en nombre del recuerdo de quienes fuimos cuando éramos “tú y yo”.

Tras tantos años, mereces te sea sincero, en tu felicidad habita la mía, lejos de las lágrimas tan llenas de sal que calan hasta el alma, a kilómetros de los gritos, de la incompatibilidad demostrada entre tu corazón y el mío.

Te libero de todo aquello creas me debes, fuimos dos en una historia, victimas perfectas de nuestro lado victimario, no medimos consecuencias y hoy estamos sin encontrar el norte, perdidos, llenos de frio, pese al abrazo fingido y los besos llenos de costumbre. Debemos actuar en consecuencia, perdonar al pasado en nombre del futuro, a sabiendas nuestros caminos no son los mismos.

No digamos “seamos amigos”, esas cosas son de niños, de quienes no han compartido noches como las nuestras, ni sueños tan cálidos. Seamos vidas propias, un “Te amo” que no acabe, un descargo al volverlo a intentar.

No hay en esta vida, algo que más quiera que tus ojos, la paz que me llena al saberme abrigado por ellos, no he escuchado frase más exacta, ni más hermosa, que tu “¿quieres cenar?”, no hay nada que me valga más que el tiempo vivido contigo.

Por ti, por mi, seamos lo que juntos no logramos, lo que sabes necesitas, sin buscar ya pretextos para no contestar llamadas, renunciemos de una vez por todas a este dolor de no ser el uno para el otro, de ver pasar el tiempo sin encontrar el propio.

Déjame regalarte la oportunidad de ser feliz, déjame demostrarte cuanto puedo amarte apartándote de mí…

Roberto Arenas, ‘Paroxis’.